¡A la aventura! (Alexis Nolla). Apa-Apa Cómics, 2018. Cartoné, 128 págs. Color, 20€
La llamada a la aventura es el requisito único e imprescindible para emprender el camino por espacio inhóspitos y desconocidos. En si no hace falta nada más que eso ni planear el recorrido, ni tener muy claro las coordenadas hacia las que nos dirigimos. Lo realmente importante es decidir la senda por la cual vamos a iniciar a caminar e ir resolviendo problemas a medida que aparecen. Esta ruta narrativa viene iniciada por H. Rider Haggard y su seminal Las minas del Rey Salomón. En esta, Allan Quatermain, un cazador blanco en el África negra que en cada una de sus aventuras toma más valor la preparación del viaje y el recorrido que en llegar a su destino. El recorrido adquiere un valor muy concreto, el del crecimiento personal, el aprendizaje sobre el entorno y la relación que se establece entre lo humano y lo salvaje.
Precisamente de ese tránsito entre la importancia de la misión bajo la cual los personajes se echan a la aventura y el perderse en el viaje, en sí mismo, tratan los tres relatos que componen ¡A la aventura! de Alexis Nolla. Las tres historias están protagonizadas por personajes que parecen no muy preocupados por llegar a su meta tanto como por sobrevivir y de manera indirecta conocerse a sí mismos a través de sus errores. El polo sur, Escondite y La isla del diablo, previamente publicadas en grapa, son una trilogía que profundiza en los avatares de la aventura propiamente dicha con rasgos que nos recuerdan a Joseph Conrad y más concretamente a su obra El corazón de las tinieblas, en la que un marinero llamado Charlie Marlow emprende un viaje fluvial por el Congo Belga en busca de Kurtz, un jefe de una explotación de marfil. Esta obra es un ejemplo de la importancia del trayecto por encima del final del recorrido, el protagonista a lo largo de su camino reimagina el espacio que recorre a través de un ejercicio de abstracción a la ve que perfila un retrato psicológico de Kurtz a través de los poco que le cuentan de él.
En El polo sur un grupo de exploradores británicos en busca del polo sur geográfico, pero la gesta se ve eclipsada por otra expedición de origen noruego, que se encuentran en un segundo plano narrativo. En este caso el relato gira en torno a la estrategia de planificación de la exploración y el carácter aséptico con el que se relacionan los personajes, cada uno de ellos con sus propias expectativas y en las que cada uno de ellos espera, por encima de todo, sobrevivir. Algunos se resignarán a una muerte dolorosa y otros simplemente seguirán adelante todo lo que puedan buscando las bases donde han ido dejando provisiones. Por su lado La isla del diablo parte del precepto principal de llamada a la aventura, un padre reúne a sus dos hijos para que le acompañen en la búsqueda de una isla de la cual desconocen si existe de verdad. Este viaje se inicia con una leyenda que ha ido pasando de padres a hijos. Pero en este caso el cabeza de familia parece tener muy claro de que llegar a puerto no es lo más importante: administra tareas banales a sus hijos como seleccionar la música, dibuja un mapa al cual le quema los bordes para hacerlo parecer más viejo y el padre en cuestión se pasa todo el día leyendo. La aventura en sí misma es un viaje que no tiene mucho más sentido que el autoconocimiento personal de estos tres personajes. En Escondite se amparan una serie de relatos cortos en torno al concepto que da título a este segmento ya sea desde un lugar físico donde refugiarse y ocultarse hasta una narración abordada desde lo conceptual. En Lo natural un grupo de animales antropomorfos conviven con unos monstruos en un santuario de la naturaleza con sus propias reglas y sin renunciar a su propio instinto, aquel que lo traicione podrá perder la vida; Escondite funciona de una manera más figurativa refiriéndose a un lugar donde ocultarse tras haber cometido un delito o en Mi abuelo era un vaquero donde dicho escondite es un lugar donde alejarse del mundo y del propio pasado.
Alexis Nolla nos regala un volumen en el que retoma los rasgos típicos de la aventura, pero dejando de lado lo épico y centrándose en determinados momentos de lo que implica la exploración a ciegas. Ese es el mayor acierto, el relato de aventuras como territorio narrativo está especialmente acotado, y a veces poco dado a reflexionar sobre los tiempos muertos del relato o aquellos que son meramente circunstanciales. Que no por ello son mucho menos interesantes, todo lo contrario. Nolla reflexiona sobre estos y los pone de manifiesto a través del tempo narrativo como elemento para articular un relato que a primera vista puede parecer sencillo, pero que en realidad desarrolla cierta complejidad en la puesta en escena y en la relación entre personajes y espacio. ¡A la aventura! recoge lo mejor de un autor que posiblemente no esté siempre en primer plano del panorama editorial, aunque eso no debe llevarnos a engaño, pero que a base de un trabajo sólido, perseverancia y sin ser pretencioso ha conseguido un estilo propio capaz de establecer una conversación directa con los clásicos de las novelas de aventuras.